Reflexiones breves para pensar, sentir y comunicar

Foto de Lina Trochez en Unsplash

 

A mis padres les hacía gracia que yo fuera tan “preocupón” (en México se le llama preocupón o preocupona a una persona que se preocupa mucho). Me decían lo mucho que les gustaba que me preocupara cuando, por ejemplo, lo estaban pasando mal con algo. Recibía aprobación y aceptación cuando me preocupaba. Esto era algo agridulce para mí: por un lado, sentía la inquietud y el miedo propios de la preocupación y, por otro, la satisfacción y seguridad de la aprobación y de saberme “importante”.

De esa manera aprendí a asociar preocupación con amor. Para expresar mi amor aprendí a preocuparme.

Veo que esto no es algo exclusivamente mío o de la cultura familiar en la que crecí. Hace unos meses, cuando una amiga estaba pasando por una mala racha, le escribí para preguntarle qué tal estaba. Después de ponerme al día, terminó diciendo, “Gracias por preocuparte por mí”.

La verdad es que no estaba preocupado por ella, sino interesado en cómo estaba.

Con trabajo y reflexión he aprendido que una cosa es preocuparse por alguien y otra interesarse en cómo está alguien y qué podemos hacer para acompañarle o apoyarle, si lo necesita.

En este tema veo tres cosas importantes a tener en cuenta:

La primera es que cuando estoy preocupado el foco de mi atención está en mí. Es legítimo, por supuesto, experimentar preocupación con relación a lo que les pasa a otras personas. A la vez, creo que es importante reconocer que la preocupación realmente tiene que ver con lo que me pasa a mí con respecto a lo que la otra persona está viviendo: quizá siento inseguridad con respecto a si podré ayudar a la otra persona y/o cómo hacerlo. O tal vez tengo dudas sobre cómo me va a afectar lo que le pasa al otro, tanto en términos prácticos como emocionales. O quizá siento dolor y tristeza por lo que le pasa al otro, y este duelo lo confundo con preocupación.

La segunda tiene que ver con el hecho que, cuando estoy preocupado, tengo menos presencia y calma y, por tanto, menos acceso a mis recursos internos como creatividad, paciencia, flexibilidad e ingenio, por ejemplo, con lo cual voy a ser menos efectivo a la hora de contribuir, si mi contribución puede ser útil para la otra persona.

La tercera está relacionada con el afecto. Pienso que tenemos la creencia que la preocupación es una manera de hacerle llegar a la otra persona que la queremos. Puedo expresar afecto sin preocupación. Puedo decirle a la persona que la quiero. Puedo hacer cosas por ella. Puedo ofrecer a pasar tiempo con ella. Puedo hacer todo esto desde el amor, la alegría y la ligereza.

La preocupación no tiene por qué ser la motivación de nuestra contribución. El deseo de hacer algo por otra persona puede surgir desde un espacio de abundancia y confianza en la vida. Esto, en mi experiencia, ayuda a aumentar el optimismo y el bienestar tanto para nosotros como para la persona que estamos apoyando.

Y, cuando no es así, podemos reconocerlo también, acogerlo con cariño, y darle su lugar a esta experiencia dentro de nosotros, y buscar apoyo. Porque en ese momento lo necesitamos para poder sostener lo que nos pasa con respecto a lo que le pasa a otra persona.

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Recuerda: La calidad de tu vida depende de la calidad de tus relaciones. La calidad de tus relaciones depende de la calidad de tu comunicación.