
No cultives la generosidad. Mejor cultiva darte cuenta que hacer algo por alguien es una de las satisfacciones más grandes que hay.
Creo que la mayoría de nosotros “aprendimos” a ser generosos desde un paradigma de obligación. Cuántas veces he oído (y dicho) frases como: “hay que ser generoso”, “no debes ser egoísta”, “piensa en los demás antes que en ti misma”, “el amor es sacrificio”, etc.
Pienso que cuando “somos generosos” a través de la coerción realmente no estamos siendo generosos. Estamos evitando un castigo, una crítica o un rechazo. Lo hacemos porque así nos enseñaron; porque eso se espera de nosotros para ser buenas personas; porque queremos ser buenos cristianos; porque es lo que se debe…
Desde mi punto de vista, contribuir al bienestar de los demás, cuando lo hacemos desde la libertad, es muy enriquecedor. De hecho, creo que es de lo más rico que hay en la vida.
La clave no está en cultivar la generosidad, sino en cultivar la autenticidad. Dentro de esa autenticidad se expresa nuestra verdadera naturaleza. Y, según mi experiencia, esa naturaleza es generosa porque estamos “cableados” para la empatía; disfrutamos dando. Nos da sentido y nos empodera.
Y también estamos “cableados” para la libertad.
Por eso, solo podemos ser realmente generosos cuando lo hacemos porque así lo elegimos, no porque es algo que se nos impone, o que nos imponemos a nosotros mismos.
La próxima vez que hagas algo por alguien desde ese deseo de contribución y no desde la obligación, date cuenta cómo te sientes. Saborea esa sensación. Pregúntate que impacto ha tenido tu acción en la otra persona. Saborea más. Y déjate empapar de esa alegría y satisfacción.
Eso es cultivar la generosidad natural de nuestra autenticidad.
La foto de portada es de Claudio Schwarz en Unsplash
Recuerda: La calidad de tu vida depende de la calidad de tus relaciones. La calidad de tus relaciones depende de la calidad de tu comunicación.